Doña Urraca, la sombra de Alfonso VI

   No siempre el primer hijo de un rey está destinado a ser su legítimo heredero. En la Alta Edad Media ser mujer o hembra , como parece que más les gustaba referirse entonces al sexo femenino, era análogo a engendrar hijos y a mantenerse siempre en un perpetúo segundo lugar tras el hombre. Uno de estos casos, ya célebre, fue el de la infanta Urraca.  Pese a tal destino, y aunque no ocupó el trono que en nuestros días por derecho le habría pertenecido, reinaría en muchos de los corazones de los que la conocieron. Pues como soberana habría de ejercer la que había sido primogénita de los reyes Sancha y Fernando. La infanta Urraca.

   En diciembre del año 1065, el rey Fernando I de León fallecía en la capital de su reino. Tal y como su mismo padre había hecho, a su muerte, desdeño el uso del derecho visigodo y leonés que impedía dividir las posesiones reales entre los herederos y siguió los principios jurídicos navarros de considerar al reino como un patrimonio familiar. Así, repartió en su testamento los territorios que poseía entre todos sus hijos: su primer hijo varón, Sancho, heredó Castilla, que se convirtió así en reino junto con las parias de Zaragoza. Su favorito, Alfónso , recibió el reino principal y predominante, León junto con las parias de Toledo y a su último hijo varón, García, le cedió Galicia y Portugal,  además con título real y las parias de Badajoz y Sevilla.

   A su hija Elvira le correspondió el señorío de la ciudad de Toro,  dejando  a Urraca, su primogénita, el de Zamora, aunque con la condición testamentaria de que las infantas  disfrutarían de estas riquezas únicamente mientras permanecieran solteras.

   Gracias a la Crónica Silense (una biografía algo fragmentada de Alfonso VI, hijo del rey Fernando, escrita en el primer tercio del siglo XII) conocemos como fueron los últimos momentos que vivió el rey de León.

   “Fernando I llegó a León el día de Nochebuena de 1065 y su primera visita fue para la iglesia de San Isidoro, encomendándose a los santos para que le auxiliaran en su tránsito a la otra vida. Aquella noche acompañó en el coro a los clérigos, salmodiando los maitines en rito mozárabe y al clarear el día de Navidad vio que la vida se le acababa. Comulgó en la Santa Misa, siguiendo el rito, bajo las dos especies, y a continuación fue llevado en brazos al lecho. Al amanecer del día 26, viendo aproximarse su final, hizo venir a obispos, abades y clérigos, mandó que le vistieran el manto regio, le colocasen la corona y le trasladasen a la iglesia. Hincó las rodillas ante el altar con las reliquias de san Isidoro y san Vicente, y oró y suplicó a Dios que acogiese su alma en paz:

  “Tuyo es el poder, tuyo es el reino, Señor. Encima estás de todos los reyes y a ti se entregan todos los reinos del cielo y la tierra. Y de ese modo el reino que de ti recibí y goberné por el tiempo que Tú, por tu libre voluntad quisiste, te lo reintegro ahora. Te pido que acojas mi alma, que sale de la vorágine de este mundo, y la acojas con paz.”

   Al día siguiente, hacía el mediodía del 27 de diciembre de 1065 , el rey falleció ,dejando  tras de sí un reinado de veintisiete años y contando con 55 años de edad, algo que pocos rebasaban en aquel tiempo y que el mismo cronista juzgó como «buena vejez y plenitud de días».

   El rey Fernando fue enterrado en el Panteón de Reyes de San Isidóro de León, donde también se había sepultado años antes a su padre, el rey Sancho de Pamplona, llamado el Mayor.

Retrato imaginario de la figura de Fernando I de León por el artista Antonio Maffei, en el museo del Prado, Madrid.

   “El rey Fernando educó a sus hijos e hijas instruyéndolos en primer lugar en las disciplinas liberales, que él mismo había estudiado eruditamente, y luego dispuso que sus hijos, a la edad oportuna, aprendiesen las artes ecuestres y los ejercicios militares y venatorios al estilo español, ya las hijas, lejos de toda ociosidad, las formó en las virtudes femeninas honestas.” Crónica Silense.

   La repartición llevada a cabo por Fernando dejó descontento a Sancho, pues a su juicio se consideraba como el único heredero legítimo de su padre, por lo que inmediatamente se movilizó para intentar hacerse con los reinos que habían correspondido a sus hermanos en herencia.

La toma del poder

   El 7 de noviembre de 1067 fallece la reina Sancha, esa fecha dará inicio a un periodo de siete años de luchas y guerras entre los tres hermanos varones por el dominio y el control de todos los reinos. En 1069, un pacto entre Sancho y Alfonso, realizado con la intención de apoderarse de Galicia, hace que entren en lucha directa contra su hermano García. Sancho entra en Galicia, se enfrenta a García y consigue vencerlo, lo apresa y lo encarcela en Burgos, hasta que es exiliado a la taifa de Sevilla, gobernada por Al-Mutámid. Tras eliminar a su hermano, Alfonso y Sancho se titulan reyes de Galicia y firman una tregua.

   Pero el armisticio solo durará tres años, y es que ambos hermanos ansiaban demasiado el poder del otro como para resignarse y seguir con sus vidas,

   Será en la batalla de Golpejera (en la provincia de Palencia) en 1072, cuando se enfrentaran y serán las tropas de Sancho quienes se alzaran victoriosas, aunque este decide no matar a su hermano y Alfonso fue hecho prisionero y encarcelado en Burgos. ​ Posteriormente es trasladado al monasterio de Sahagún, donde se le rasura la cabeza y se le obliga a tomar la casulla. Gracias a la intercesión de su hermana Urraca, Sancho y Alfonso llegaron a un acuerdo para que este se marche finalmente de Burgos y se instale en la Taifa de Toledo bajo la protección de su vasallo, el rey Al-Mamún, Alfonso siempre estará acompañado por Pedro Ansúrez, amigo de su infancia, y sus dos hermanos Gonzalo y Fernando.

   Pese a encontrarse exiliado, Alfonso no se sentirá nunca solo, tiene un  gran apoyo incondicional, su hermana Urraca.

 

Urraca de Zamora en un grabado de la revista Zamora ilustrada en 1882

   La relación entre los dos hermanos, siempre fue muy cercana, tanto que, cuentan las malas lenguas de la época, que esta llegó a ser incestuosa e impúdica, aunque nunca se ha demostrado tal acusación. Se dice que Urraca era la misma sombra de Alfonso, y que cada paso que este daba, lo hacía siempre bajo su supervisión y apruebo.

   Sancho, el hermano de ambos, que continua su ansia de conquista, alcanza Zamora, ya antes de ello, había logrado arrebatar Toro a su hermana Elvira, pero en Zamora, Urraca, cuya figura siempre se caracterizó por la templanza y la inteligencia, persiste sin ceder a ninguno de sus ataques y mantiene la ciudad a salvo de las acometidas de su hermano. Las murallas que rodeaban la ciudad impiden el avance de Sancho, de ahí la denominación de Zamora de «la Bien Cercada». El asedio duró más de siete meses.

   Tal vez Zamora no hubiera resistido mucho más de no ser porque el final de Sancho se hallaba sentenciado desde algún tiempo atrás. Según cuantas las crónicas antiguas:

   “Mientras continuaba el asedio a Zamora, un noble leonés, Vellido Dolfos, había salido de la ciudad con la intención de asesinar al rey Sancho II. Según la tradición, tras dos meses infiltrado en el campamento castellano y, después de trabar amistad con el monarca castellano, le acompañó a una cabalgada de exploración en la que se quedó solo con el rey Sancho, que había bajado del caballo para satisfacer una necesidad urgente. Aprovechando la situación, y para evitar que se defendiera su víctima, Dolfos atravesó a Sancho con la lanza real. Una vez cumplido su objetivo cabalgó hacia las murallas de Zamora y se introdujo en ellas a través de un portillo que el romanticismo castellano nombró «de la Traición ».

   Inmediatamente Alfonso reclamó para sí el trono de Castilla, y por supuesto tuvo, como siempre, la ayuda incondicional  de  la infanta Urraca.

   En 1073, aunque Sancho estaba muerto, su otro hermano García seguía vivo y este  quería recuperar su propio trono. Entonces la codicia y la avidez de Alfonso por erigirse soberano de todos los reinos, se despertaron  rápidamente. Mediante engaños, lo atrajo hasta él fingiendo querer tener un reencuentro, la farsa acabó con el encierro de García, que fue finalmente apresado y encerrado hasta el fin de sus días en el castillo De La Luna, en Toledo, la muerte le llegaría algunos años después. Su encierro se extendería hasta 17 años.

 

 

Alfonso VI rey de Castlla, León y Galicia

 

Alfonso VI en una miniatura del siglo XII en la Catedral de Santiago de Compostela

   Alfonso no tuvo muchos problemas en obtener la lealtad del clero y de la nobleza de todos los reinos. Y en ese mismo año ya era el monarca de los tres grandes feudos que había conquistado su padre. Dando comienzo a una gran expansión que llevaría a cabo, anexionando y conquistando nuevos territorios que extenderían aún más su soberanía.

 

Estatua de Alfonso VI en los Jardines de Sabatini en Madrid (F. Corral, 1753)

   Tres años antes de que esto sucediera, Alfonso, se cree que aconsejado entre otros por su hermana Urraca, que quería acallar los rumores de los que muchos consideraban una “ libidinosa relación”, había firmado un acuerdo de esponsales con una joven llamada Inés, hija del duque de Aquitania y conde de Potiers. Alfonso, pese a su negación de casarse todavía, lo que incentivaría más las habladurías, accede a hacerlo porque Inés tiene apenas diez años, lo que conlleva que hasta que ella no cumpla los catorce, no pueda celebrarse el matrimonio.

   En 1073, aconteció el enlace. Que habría de ser, como tantos en aquellos días, desdichado y amargo para la joven Inés. Alfonso, en un acto de crueldad, muy propio de los monarcas de la época, repudia a Inés tan sólo cuatro años después de casarse, acusándola de estéril.

   Un año después la joven fallecería contando solo con veinte años. Se cree que fue enterrada en el monasterio real de San Benito, en León.

 

Grabado de Inés de autoria desconocida

   La necesidad de un heredero

   Alfonso se encontraba célibe de nuevo, las habladurías sobre su más que estrecha relación con la infanta Urraca, no habían cesado, siendo estás incluso más continuas y comentadas, pues el repudio del rey a la joven Inés confirmaba para muchos que el verdadero amor de Alfonso se había encontrado desde siempre en su propia casa. Y cierto es también, que el hecho de que Urraca se hubiese mantenido soltera  durante tantos años, alimentaba, si cabía aún más, los chismes e insidias del pueblo.

   Era preciso y de inmediatez, que el rey tomara de nuevo esposa, acallar los rumores creados no era lo prioritario, antes de eso, Alfonso sabía que un rey no era nada sino contaba con un heredero, y una boda en ese momento mataría, como suele decirse, dos pájaros de un tiro.

   Los esponsales no habrían de esperar, y en el año 1079 Alfonso contrajo matrimonio con Constanza de Borgoña hija del duque Roberto I de Borgoña y de Hélie de Samur.

 

Miniatura de Constanza de Borgoña, de autor desconocido

   Cuentan las crónicas de la época, que Constanza sufrió mucho durante todo su matrimonio por las continuas infidelidades de Alfonso y los desaires provocados por su estrecha relación con doña Urraca. Constanza mantuvo siempre un celo perpetuo sobre la excesiva cercanía de su cuñada hacia su marido y los tratos de favor que este le proporcionaba. No en vano, Urraca, en la práctica, actuaba incluso como canciller del reino junto a Alfonso.

   Pese a ello, Urraca siempre supo mantenerse en el lugar que le correspondía, y nunca desatendió su señorío en Zamora, y como la historia nos dice, fue muy querida y respetada por el pueblo.

   La fertilidad de la reina Constanza quedaría más que legitimada tras dar a luz hasta un número de seis vástagos, aunque desgraciadamente cinco de ellos no alcanzaron la edad adulta. Solo una pequeña lo consiguió y esta habría de ser el legado más importante del rey Alfonso VI.

Urraquita

   Se dice que aquella niña era la viva imagen de su tía, tanto es así, que Alfonso no dudó en llamarla como ella. Ni que decir tiene que este acto supuso que de nuevo se acrecentaran las insidias sobre la relación del rey con su hermana. Y pese a que se desconocen muchos datos sobre los primeros años de la infancia de la pequeña, se especula con que hasta la misma reina Constanza rechazó desde el momento de su nacimiento a la pequeña Urraca.

   No debió de ser fácil crecer en una corte donde tu padre es el rey y sólo piensa en batallas y conquistas de expansión territorial y tu madre solo siente rechazo hacia ti. Amén de que siendo mujer, volvía a ser, en cierto modo una nueva decepción para Alfonso.

   Por aquel tiempo, la reina Constanza no solo se había alejado de su hija, también lo había hecho de su esposo. Se cree que poco después de dar a luz a Urraca, se retiró al Monasterio de San Benito de Sahagún, donde falleció en el año 1093. Urraquita, como la llamaban los más cercanos, sólo tenía doce años.

Ruinas del Monasterio de San Benito de Sahagún

   Zaida

   Alfonso, como ya hemos podido comprobar, era un hombre acostumbrado a la compañía femenina, y no iba a prescindir de ella bajo ningún concepto, más aún cuando su reino todavía no tenía un legítimo heredero. Y el tiempo apremiaba, ya contaba con más de cincuenta años, y esa edad en la Alta Edad Media suponía considerarse un anciano.

   Entre todas las amantes y concubinas que habían visitado el dormitorio del rey, se encontraba una a la que consideraba su favorita. Se llamaba Zaida y era la hija de Al-Mu’támid, rey taifa de Sevilla. Se encontraba refugiada en Almódovar del Rio después de que los almorávides sitiaran la ciudad de Córdoba .El marido de Zaida, que murió durante el asedio, como medida de precaución, envió a su esposa Zaida y sus hijos a la corte del rey y allí, Zaida buscó su protección. Se dice que incluso ella y sus hijos se convirtieron al cristianismo, tomando como nuevo nombre el de Isabel. Tras ello se convirtió en concubina real.

   Las fechas son difusas, pero podemos decir que Zaida, ahora conocida como Isabel, dio a luz entre 1091 y 1094 al único hijo varón que habría de tener Alfonso VI, el infante Sancho Alfonsez.

   Las dudas entre el tipo de relación que tuvieron Zaida/Isabel y Alfonso todavía se discuten. En la crónica De rebus Hispaniae, del arzobispo de Toledo Rodrigo Jimenez de Rada  cuenta a Zaida entre las esposas de Alfonso VI. Pero por otro lado, la Crónica Najarense y el Chronicon Mundi indican que Zaida fue concubina y no esposa de Alfonso VI.

   Su lugar en la historia dependerá entonces del que cada uno de nosotros le quiera dar.

Urraca, señora de Zamora

   Pasaron los años, y el empaque de Urraca no había mermado, continuaba siendo aquella mujer estoica, valiente y disciplinada, que a pesar de sus cumplidos sesenta años aún seguía montando a caballo y asesorando a su hermano Alfonso. Renunció a su vida en pro de los demás, nunca se casó ni tuvo hijos, su vida se redujo a ser la impertérrita sombra de su hermano.

   Su condición de primogénita nunca le proporcionó un trono, pero ella nunca supo que a través de Alfonso y su descendencia llegaría a ser reina, como veremos enseguida.

   Algunos años antes de esto, la señora de Zamora, ya se había alejado de la corte. Eligió para ello un monasterio en León, al que hizo una generosa donación para que cuando llegara el momento de su fallecimiento, fuera sepultada en la Basílica de San Isidoro de León, en el Panteón de los Reyes en el año 1101.

   Alfonso se casó hasta dos veces más después de haber quedado viudo de la reina Constanza, aunque tuvo varias hijas, no consiguió tener más heredero varón que el que Zaida alumbró.

   Lamentablemente para Alfonso, que ya agonizaba en su lecho de muerte, el joven Sancho, de apenas catorce años, fallece en la batalla de Uclés en 1108.

   Su prematura muerte situó a Urraquita como la sucesora al trono con más derechos para postular por el.

   Y así fue, Urraquita se convirtió en Urraca I de León, conocida por el pueblo con el apelativo de La Temeraria. Si como ejemplo de reina que asimila el papel de rey encontramos en Egipto a la reina/faraón Hatsepsut, en la historia de España tenemos nuestra propia heroína. Tras  largas y tortuosas desavenencias con su segundo marido Alfonso El batallador (lo reduzco de esta forma porque el conflicto es muy extenso) Urraca reinó en solitario sin nombrar a ningún consorte, convirtiéndose de esa forma en la primera reina de Castilla.

   Aquella niña a la que su madre no quiso criar, aquellos ojos oscuros que tanto recordaban a los de su tía, aquella mujer que encarnaba lo que la señora de Zamora hubiera querido ser, reinó en el trono de Castilla hasta su muerte en el año 1126. Sus restos descansan en el Panteón de los Reyes de San Isidoro de León,  en el mismo lugar donde lo hace su tía, la señora de Zamora.

   El nombre de Urraca, ya sea como reina, infanta o señora de Zamora permanecerá para siempre en nuestra historia, en nuestro poder está, mediante el recuerdo y la memoria, hacer de aquellos a los que el destino no refrendo, que encuentren su digna evocación.

 

Carolina García Alvarado

 

 

2 comentarios en “Doña Urraca, la sombra de Alfonso VI

  1. Rosario Osorio Domínguez

    Un artículo entretenidísimo y muy bien escrito. El Cid Campeador no sale por ninguna parte (ni juramento de Santa Gadea ni nada por el estilo). ¿No hay constancia histórica de su papel en todo esto? ¿Es todo invención literaria de los cantares de gesta? Muchas gracias.

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    1. Carolina

      Hola Rosario, muchísimas gracias, me alegro que te haya gustado. Por supuesto que El Cid tiene mucha presencia en toda esta historia, tanto él como su esposa Jimena, tan amplia e importante es su participación durante estos años de reinado, que no podía limitarme simplemente a mencionarlo, y es que merece todo un artículo dedicado a su figura, más aún cuando me siento en el deber de hacerlo, pues soy valenciana. Por ello, más adelante, espero poder publicar un artículo que se base únicamente en la vida del gran Rodrigo Díaz de Vivar.

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